Aún duele, aún desgarra, la herida del abandono. La pensaba sanada, curada, olvidada pero basta la pequeña sombra de lo parecido para hacerme temblar, para reducir a cenizas mi castillo cuya fortaleza ahora parece endeble. ¿Sanaré algún día? ¿Acabara de cerrarse esta terrible cicatriz que pareciera estar unida con pespuntes del más fino hilo intentando disimular el cosido cuando el roto es evidente?
-Vete de mi -le digo -no te quiero y no te necesito. Déjame continuar con mi vida sin tener que recordarme que fui víctima de la traición, del dolor del abandono. Déjame seguir mi camino, rehacer mi mundo sin la sombra de tu presencia, sin el escozor de tu yaga, sin tu incomodidad en mi zapato.
Tengo el cuerpo zurcido de cicatrices y mi alma le acompaña. La diferencia es que las del primero no duelen, solo están allí como recuerdo del destino. Sin embargo las segundas queman, asfixian, desgarran cuando la sombra de la memoria emocional asoma.
Benditos los desmemoriados que olvidan el dolor que causó sus cicatrices.
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